Sara Bugallo Lois, una abuela centenaria que llegó a Calella desde Galicia

Centenares de clientes del bar Los Gallegos y del restaurante El Hogar Gallego aún recuerdan los platos de esta mujer fuerte, trabajadora y creyente

Sara Bugallo Lois, una abuela centenaria que llegó a Calella desde Galicia
El alcalde de Calella, Marc Buch, y la teniente de alcaldia Cindy Rando, con la centenaria Sara Bugallo Lois, este viernes. Fotos: Joan Maria Arenaza

El alcalde de Calella, Marc Buch, ha visitado esta tarde a la vecina centenaria Sara Bugallo Lois y le ha entregado una placa del Ayuntamiento y un ramo de flores. Una quincena de calellenses han llegado a los 100 años, y cuando cumples un siglo de vida el consistorio te hace un merecido reconocimiento institucional como el que este viernes han hecho el alcalde Buch y la primera teniente de alcaldía Cindy Rando. Para acabarlo de redondear, Radio Calella Televisió también ha participado de la visita al modesto piso de la calle Sant Antoni con calle Ànimes donde vive mi abuela Sara y ha tomado imágenes de un momento tan emotivo para la familia.

La mujer no se esperaba que el día de su cumpleaños acabara recibiendo la visita del alcalde de la ciudad donde llegó hace 55 años, en 1968, acompañada de su marido, Saúl Bernárdez Alonso, y de sus hijos Emilia, de 15 años, y Carlos, de 9. Todos cuatro llegaron de Galicia, concretamente de un pequeño núcleo rural del municipio de Forcarei llamado Fixó, en el interior de la provincia de Pontevedra, al lado de la de Ourense. El matrimonio formado por Saúl y Sara y sus dos hijos pasaron unos días en Santa Coloma de Cervelló antes de aterrizar en una Calella que entonces empezaba a crecer urbanísticamente con hoteles y nuevas edificaciones.

Por una carambola que ahora no viene al caso, el matrimonio gallego que había venido a Calella en una furgoneta cargada de patatas, chorizos y jamones —tuvieron que vender sus vacas y todo lo demás, menos la casa de Fixó— tuvieron la oportunidad de quedarse un bar de la calle Sant Antoni que se llamaba Hawái y que estaba enfocado a una clientela de turistas extranjeros. Entonces Calella era pionera en el turismo de sol y playa, y atraía extranjeros de toda Europa como pocas ciudades catalanas podían hacer, con permiso de Lloret de Mar.

De Hawai a Los Gallegos

Saúl y Sara nunca se habían dedicado a la hostelería, porque mi abuelo había trabajado muchos años de albañil en Brasil, Venezuela, Francia y Andorra, mientras mi abuela se encargaba de los hijos y cuidaba las vacas, trabajaba la tierra y se ocupaba de la casa y la finca rural en solitario. Un albañil emigrante y su mujer que no había salido de Galicia se atrevieron a coger el bar Hawái para acabar poniéndole el nombre de Bar Los Gallegos y explotarlo durante 9 años con un éxito importante entre los clientes locales que desayunaban, almorzaban y cenaban caldo gallego, pulpo a la gallega, calamares, bistecs a la plancha y, los fines de semana, algunas tapas.

El logo del Hawái era una palmera y el de Los Gallegos, unos gaiteros. Al cabo de 9 años, y después de que el marido de Emilia, Antonio Gordillo Lavado, acabara de construir como albañil un bloque de pisos en la calle Ànimes, la familia compró un local en los bajos del edificio para convertirlo en restaurante, ampliando la superficie de Los Gallegos y dándole un toque más de restaurante que de bar, aunque el establecimiento tenía una espectacular barra con más de medio centenar de platos y tapas variadas. Antonio dejó el oficio de albañil cuando él, Saúl, Carlos y otros acabaron las obras del restaurante, y entonces entró en la cocina con la abuela Sara para ayudarla y acabar aprendiendo a hacer de cocinero, y vaya qué cocinero.

Las ‘filloas’ de la yaya Sara

El local de la calle Ànimes, el segundo de la familia, se llamó El Hogar Gallego, y casi cinco décadas después todavía se llama así y es uno de los mejores restaurantes de Catalunya, recomendado en la Guía Michelin y establecimiento de culto para cientos de clientes de todo el país que siempre que pueden —y menos de lo que quieren— disfrutan del mejor pescado y marisco. El logo de El Hogar Gallego fue no los gaiteros sino un hórreo como el que Saúl y Sara tenían en su finca de Fixó.

Desde que llegó a Calella un frío invierno de 1968, Sara Bugallo, con 45 años, no paró de trabajar hasta que se jubiló, y cuando se jubiló todavía ayudaba en el negocio familiar encargándose de la lavandería o de lo que fuera. Sus tortillas de patatas con cebolla son míticas y cientos de calellenses todavía las recuerdan, así como los muchos platos y tapas que entre ella y su yerno Antonio fueron incorporando al repertorio de El Hogar Gallego a base de años y del aprendizaje de cocineros y personal que iban pasando por el restaurante. Aún hoy en la carta de El Hogar Gallego hay un plato con su nombre, las ‘filloas’ de la abuela Sara, que son una especie de crepes que se hacen en Galicia y que la abuela cocinaba con mano de santo.

Trabajar, trabajar y trabajar. Eso es lo que ha hecho toda su vida Sara, esa gallega fuerte y creyente que lleva más años en Calella que en su natal Ameixedo y en Fixó. Nacida en un pequeñísimo núcleo rural en la Sierra do Candán, en un paisaje delimitado por Bustelos, Grobas, Ameixedo y Mirador de Pedroselo, Sara Bugallo explicaba esta tarde al alcalde y a la teniente de alcaldía recuerdos de infancia y de sus primeras décadas de vida con una memoria envidiable, y con un castellano en el que intercala palabras en gallego, que es su lengua y con la que nos ha hablado a los seis nietos y aún habla a los seis bisnietos.

Familia y negocio, la historia de Catalunya

La historia de Calella y de Catalunya no se entendería sin las muchas Saras que llegaron de todas partes y que trabajaron duro hasta más allá de la jubilación, y que se dedicaron a la familia y al negocio como si estuvieran trabajando la tierra y la pequeña explotación que los vio nacer. Familia y negocio, y solo a partir del momento que se jubiló pudo tener tiempo para comprometerse con la comunidad a través de una fe cristiana de misa diaria y de colaborar con algunas tareas de la parroquia.

La cocinera en 1968 de Los Gallegos y a partir de 1977 de El Hogar Gallego es conocida por muchos calellenses y clientes de fuera de la ciudad que aún vienen al restaurante por sus desayunos o por las tapas. Las últimas décadas, también entre sus amigas con quien coincidía en misa, en la parroquia de Calella y que hoy todavía la visitan día sí día también para llevarle la comunión o alguna compra que pide.

Santuario de imágenes religiosas

Con un siglo de vida a sus espaldas, Sara tiene la cabeza clara —predominan los recuerdos de infancia y de juventud por delante de los más recientes, paradójicamente— y se vale por sí misma, con unos hijos que cada día la ayudan con la comida y otras tareas del hogar. El modesto piso de la calle Sant Antoni con unas vistas privilegiadas sobre el patio de la escuela L’Estonnac —antiguamente ‘las monjas’— es hoy un santuario de retratos de familia en color ya desteñido de los primeros años de los revelados en color y, sobre todo, un santuario de imágenes religiosas en un hogar de misa diaria en la televisión, rosario y lectura.

Trabajar, trabajar y trabajar

Hace cien años llegaba la radio a Catalunya, hace cien años todavía tenía que llegar la guerra civil española, hace cien años la miseria imperaba y en un monte gallego entre Pontevedra y Ourense nacía una niña que haría cosas inimaginables aunque hoy nos parezca que trabajar, trabajar y trabajar no tiene ninguna gracia. Esta tarde le recordaba al alcalde y a la teniente de alcaldía los progresos y la evolución del negocio familiar, y la verdad es que si miramos atrás lo que hicieron Sara y Saúl, y después Antonio y Emilia, y hoy Toni —tercera generación en los fogones— es espectacular aunque no se le haya sabido poner épica, y también hay que decirlo, aunque aquí no los hayamos querido reivindicar lo suficiente.

La placa y el ramo de flores, además de una felicitación institucional por haber llegado a los 100 años, no es poca cosa, es para mí un merecido homenaje que el Ayuntamiento le ha hecho a esta mujer que tanto ha trabajado, que tanta riqueza ha generado y que tanta felicidad ha repartido en forma de tortillas de patatas magistrales, pulpos a la gallega con plato de madera, empanadas gallegas, un caldo gallego que en invierno era milagroso y decenas y decenas de recetas que alimentaron ‘currantes’ y familias, parejas, grupos de amigos y vecinos, alrededor de una barra y de unas mesas que han sido testigo de los mejores años de la Calella pionera turística, de la Calella que se convirtió en icono del país por su apuesta de atraer visitantes de todo el mundo y que sin las Saras no hubiera sido posible.

La niña de Ameixedo, la mujer de Fixó, es hoy una abuela centenaria de Calella que deja mil recuerdos agradables entre cientos de clientes y exclientes y, para quien quiera rendirle un homenaje gastronómico, lo puede hacer a través de los postres que hay en la carta de El Hogar Gallego: las ‘filloes’ de la abuela Sara. ¡Y por muchos años!

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