Más que indignado, decepcionado
Llevamos 20 años escuchando que el Senado debería ser la auténtica cámara de representación territorial del Estado, y ahí continúan los senadores como si la crisis y los recortes no fueran con ellos. Tuvo que ser Jordi Évole, autor de piezas televisivas sublimes, quien demostrara al gran público la inutilidad de una cámara sin la cual bien se podría vivir. Los partidos que reforman la Constitución a lo exprés no se plantean, en cambio, recortes ejemplarizantes como la eliminación de una cámara postiza. La ciudadanía captaría el mensaje de que aquí todos se aprietan el cinturón, más allá de quitarse una o dos pagas durante el año. Los grandes partidos no han sido capaces de convertir el Senado en expresión territorial, y ahora desaprovechan una ocasión para recuperar autoridad moral.
Los mismos partidos han sido también incapaces de cumplir uno de los sueños del municipalismo: que el peso de los ayuntamientos en la financiación pública fuera del 25%, en un pastel en el que el 25% restante debería ser para las comunidades (las de concierto económico al margen) y el 50% restante, para el Estado. Hoy, 15 años después, estamos donde estábamos porque la financiación de los ayuntamientos oscila en el 13%. No ha habido manera de subir el listón de los municipios, muchos de los cuales han sido víctimas de la dependencia del tocho.
Otra de las cantinelas ha sido la ley electoral y las listas abiertas. En Catalunya, seguimos sin ley propia y las únicas listas abiertas, fíjate tú, son las del Senado, que sirve para que algún alcalde pida subvenciones en los pasillos al ministro de turno. En los pueblos y ciudades, seguimos votando como en 1979. Los gobiernos locales funcionan con lógicas del posfranquismo, cuando no había internet. Ni apertura sincera ni introducción de tecnologías para mejorar la democracia y aliviar las arcas de una administración del siglo pasado. No hay mayor decepción que la de aquellos que creyeron en la capacidad transformadora de la política institucional y en una mejor gobernanza.
En Catalunya, por primera vez el mismo partido tiene en sus manos la posibilidad de racionalizar y simplificar los distintos niveles de administración. Sería el momento de replantear municipios, mancomunidades, consejos comarcales, diputaciones provinciales, delegaciones territoriales de Generalitat y Estado, y la acción descoordinada de estos dos añadiendo las capas europeas en la era de la soberanía deslocalizada. Las tijeras de la crisis no cortan por donde deberían, y no pienso en funcionarios, sino en estructuras partidistas que aterrizan con desconfianza sistemática sobre instituciones públicas para que todo siga igual.
(Artículo publicado en El Periódico de Catalunya.)